El optimismo impostado puede convertirse en una dura carga para el paciente y su familia. Lo esencial es dotar de herramientas de prevención y de gestión de las emociones.
Fuente Diario Médico | Raquel Serrano Madrid
Un diagnóstico oncológico constituye, para la persona afectada y para su familia, un ‘antes y un después’. La vida que conocías y que vivías da, de repente, un giro de 180 grados. A partir de ese momento, y hasta que la enfermedad se supera por completo, e incluso después, todo es diferente: el presente, el futuro, y hasta el pasado, cobran otra dimensión. El malestar psicológico es uno de los elementos que hacen acto de presencia casi en el mismo instante del diagnóstico, si no antes como angustia anticipatoria. Miedo, ansiedad, nerviosismo, tristeza, irritabilidad… son algunas de las sensaciones íntimas más frecuentes entre las personas, la gran mayoría, que se van a enfrentar a esta patología.
Sin embargo, ¿por qué a estas personas se las suele abocar a que actúen cómo si no pasara nada? Una ‘tiranía del positivismo’ que, en el peor de los casos, puede dañar y hacer sentir mucho peor a los pacientes que no son capaces de esconder su angustia, al menos en las primeras fases de la enfermedad.
Aunque en los momentos más iniciales las emociones están más cercanas a la ansiedad, estas también se acompañan de reacciones más relacionadas con la negación (“esto no puede ir conmigo”, “se tienen que haber equivocado”), para pasar después a emociones más encaminadas a la aceptación, a cómo afrontar esta situación. También aparece irritabilidad.
«De hecho, algunos autores han llegado a plantear o a estandarizar las fases por las que pasa una persona ante la percepción de un duelo o la vivencia de una crisis vital importante como puede ser un diagnóstico oncológico: desde la fase de negación, de depresión, la fase ansiosa, de ira… Aunque no todas las personas pasan por ellas, sí es muy frecuente que se den en diferente orden. La irritabilidad es muy frecuente y, en muchas ocasiones, lo que esconde es tristeza, frustración, decepción… y suele aparecer en personas con mayores dificultades para expresar o identificar la emoción”, explica Fátima Castaño, psicooncóloga en el MD Anderson Cancer Center de Madrid.
Del ‘Shock’ a la Adaptación
Redunda en estas ideas Javier García Campayo, catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Zaragoza, quien señala que en los primeros momentos tras un diagnóstico de cáncer, ocurren las fases descritas clásicamente por Kubler-Ross, aunque pueden no estar todas ni en ese orden.
Es frecuente una fase de ‘shock’ en que la que el individuo esta sobrepasado por la noticia y no procesa cognitivamente la información. Posteriormente, suele aparecer una fase de negación que se caracteriza por la idea de que ‘no es posible que tenga cáncer’, de que ‘tiene que haber un error en el diagnóstico’ y se busca la opinión de otros profesionales; una segunda opinión.
«Cuando la enfermedad se confirma es habitual que surjan sentimientos de culpa: se reinterpreta negativamente nuestra vida y podemos interpretar que el cáncer es un ‘castigo’ por algo malo que hayamos hecho, por lo que, en algunos casos puede aparecer, por ejemplo, una ‘negociación’ con Dios, aunque seamos agnósticos, prometiendo ‘mejorar’ si la enfermedad evoluciona bien. Con el tiempo aparece ya la depresión, la tristeza por la pérdida de la salud, que implica que el duelo se está haciendo. También la ansiedad por la preocupación ante lo que va a ocurrir, quizá la muerte, la pérdida de algún órgano, de calidad de vida o funcionamiento. Por tanto, ansiedad y depresión, junto al insomnio, suelen ser los dos síntomas predominantes en la adaptación a un cáncer«.
El malestar psicológico que supone un diagnóstico oncológico suele aparecer en la totalidad de las personas afectadas -hombres, mujeres, niños, adolescentes, ancianos-, pero, es cierto que en función de las características de cada persona, así como de sus circunstancias personales, familiares o sociales, este malestar puede ser mayor. Lo que parece claro es que cuanto más peso social o más cuestiones dependan del paciente, el impacto psicológico va a ser mayor».
Una Pesada Carga para el Paciente
A pesar de estas claras evidencias, muchos de los pacientes, en el momento del diagnóstico e incluso durante el proceso de la enfermedad tumoral, se enfrentarán no sólo a complejos y duros tratamientos, múltiples pruebas y seguimientos de su evolución; también a un mensaje machacón impostado que promulga que se debe ser optimista en todo momento, como una forma de ‘vencer’ a la enfermedad. Es lo que empieza a conocerse como ‘la tiranía del positivismo’, cargada de innumerables mitos, que los profesionales de la salud mental abordan para que este hecho no se convierta en una carga más para el paciente.
El exceso de exigencia sobre la positividad puede dar lugar a pensar que la tristeza está relacionada con un empeoramiento de la enfermedad
«El exceso de exigencia sobre la positividad puede influir y generar malestar en los pacientes porque pueden llegar a pensar que la tristeza o el miedo, normales por las circunstancias, están relacionados con su enfermedad o un posible empeoramiento o que su positivismo está relacionado con la mejoría médica», sostiene Castaño, quien subraya que el objetivo es la prevención y dotar a los pacientes, y sus familias, de las herramientas necesarias para gestionar de la manera más adecuada el malestar psicológico.
De hecho, en el MD Anderson Cancer Center de Madrid, se está llevando a cabo un proyecto nuevo, un Aula de Pacientes y Familiares, cuyo objetivo es ofrecer formación e información general sobre diferentes aspectos de la enfermedad tumoral que pueden ser dificultosos para unos y otros, «porque, al final el beneficio, es para todos, teniendo en cuenta además que los familiares viven las mismas emociones que los pacientes. Lo único que cambia es el punto de vista”.
Intentar estar siempre ‘alegre’, aunque nos hayan dado una mala noticia, como es el diagnóstico de cáncer, no parece, en principio una buena opción o al, menos, no para todos. «Lo humano es que estemos, cuanto menos, abrumados. Después pueden venir emociones positivas, muchas, durante este proceso. Pero, ante todo, recalcar que somos humanos», destaca la psicooncóloga.
Destaca además que existen grandes mitos en cuanto a que la positividad va a repercutir en un mejor pronóstico de la enfermedad. Por ejemplo, algunos pacientes siguen creyendo y, se siguen encontrando en redes artículos muy nefastos en este sentido, que existe una relación entre bajo estado de ánimo y desarrollo de un cáncer. «Hay personas que han experimentado un suceso vital grave -enfermedad o muerte de un familiar directo, una separación, entre otros, y entienden que ellos han tenido cáncer o que su enfermedad ha empeorado por este motivo. Desde luego, no hay ciencia que avale esta asociación».
Esta tiranía del positivismo es uno de los elementos que conduce en muchas ocasiones a los pacientes a consulta: «Explican, en muchos casos, que sienten que no lo están haciendo lo suficientemente bien porque están transmitiendo tristeza a sus familiares, lo que les genera una presión sobreañadida, se sienten culpables y no se permiten transmitir emociones negativas, lo que les dificulta el pedir ayuda y puede conducir a un mayor aislamiento».
Evitar frases hechas, motivacionales y lenguaje bélico
Castaño recomienda también evitar frases hechas y motivacionales como «no te preocupes», «todo irá bien» o «estoy contigo», así como el lenguaje bélico que, según señala, aún se emplea con frecuencia en los medios de comunicación y entre la población en general. «Tenemos que alejarnos del lenguaje de la lucha y la batalla, del perdedor y el ganador, que sitúa a los pacientes en una posición psicológicamente negativa. Seguimos escuchando frases hechas con las que pacientes y familiares se sienten escasamente identificados y no reflejan su realidad»
En cualquier caso, es innegable que una actitud positiva ayuda a afrontar el proceso con mayores recursos, a mejorar la calidad de vida y a prevenir trastornos del estado de ánimo. Y aquí, además del propio carácter de la persona, entra de lleno la prevención de la mano de los profesionales en salud mental. Lo que sí es cierto es que llevar a cabo prevención es muy importante porque el hecho de padecer una depresión, por ejemplo, durante el proceso oncológico, supone una enfermedad añadida que habrá que tratar».
Una actitud positiva sí ayuda a afrontar el proceso con mayores y mejores recursos; es la prevención de la mano de profesionales en salud mental
Así, cuando estos trastornos emocionales suponen una carga añadida para el paciente, la terapia farmacológica estaría indicada. «Sin duda”, señala García Campayo. «Si la depresión cumple criterios diagnósticos (DSM o similar) es recomendable el uso de antidepresivos. Los serotoninérgicos suelen ser primera elección, porque la mejora de la depresión también favorece una mejor evolución de la enfermedad tumoral en su conjunto. Si hay ansiedad e insomnio, lo que es frecuente, pueden mejorar con el antidepresivo si es de tipo sedante y, si no, puede asociarse alguna benzodiacepina suave”.
Según el catedrático de Psiquiatría, la asociación de psicofarmacología es imprescindible si, como hemos dicho, existen síntomas de ansiedad, insomnio y depresión. Pero, sobre todo, la psicoterapia de apoyo es necesaria.
«El paciente va a tener que enfrentar, en el mejor de los casos, la incertidumbre, quizá la pérdida de partes corporales -amputación de pecho, en cáncer de mama, por ejemplo-, la disminución de calidad de vida y funcionalidad, los efectos adversos del tratamiento -pérdida de cabello y de peso son frecuentes, con alteración de la imagen corporal-, así como una baja larga o quizá invalidez, con pérdida del trabajo o modificación de su actividad laboral. Todo ello es un impacto psicológico importante que se beneficiará de una terapia de acompañamiento durante algunos meses».
El papel del psicooncólogo en estos casos es fundamental para prevenir la aparición y mantenimiento de estados de ánimo no beneficiosos como parte fundamental del ‘tratamiento integral’ de todas las personas con cáncer, que no siempre van a presentar problemas de salud mental graves, pero que sí se pueden beneficiarse de este apoyo porque «realizamos asesoramiento, recopilamos información para favorecer las relaciones en el hogar, dotamos de herramientas en prevención de que la situación pueda empeorar, incluso identificando situaciones en las que tengan que pedir ayuda por anticipado», señala Castaño.
Herramientas de prevención
A su juicio, según van avanzando los tratamientos, y si la adaptación psicológica es la idónea, en principio las personas van sintiendo una mayor capacidad de afrontamiento. «Pero, hablar de cáncer es convivir con momentos en los que hay que volver a renovar esa fortaleza y capacidad de afrontamiento. Por ejemplo, momentos en los que tocan revisiones, que se cambia de tratamiento… No es que nos olvidemos de las emociones negativas, pero hay momentos en los que puede ser necesario renovarlas».
En relación con las emociones negativas, de las que Castaño se declara muy ‘fan’ y que transmite a sus pacientes, son necesarias e importantes porque «aprender a vivir con ellas también tienen recobra sentido: el miedo, por ejemplo, es una emoción que surge para protegernos, para estar alerta. En oncología, el miedo bien gestionado nos ayuda a tomar buenas decisiones, a ser prudentes, a no dejar pasar las revisiones, a acudir al médico ante cualquier sospecha, a cumplir con la adherencia al tratamiento. Este es el ‘miedo bueno’. En el caso de la tristeza, hay una parte de ella que a veces necesitamos para aceptar lo que estamos viviendo, ser conscientes de los cambios para reflexionar y seguir realizando adaptaciones. Hay que hacernos amigos de estas emociones porque tienen sentido.
Un diagnóstico oncológico constituye, para la persona afectada y para su familia, un ‘antes y un después’. La vida que conocías y que vivías da, de repente, un giro de 180 grados. A partir de ese momento, y hasta que la enfermedad se supera por completo, e incluso después, todo es diferente: el presente, el futuro, y hasta el pasado, cobran otra dimensión. El malestar psicológico es uno de los elementos que hacen acto de presencia casi en el mismo instante del diagnóstico, si no antes como angustia anticipatoria. Miedo, ansiedad, nerviosismo, tristeza, irritabilidad… son algunas de las sensaciones íntimas más frecuentes entre las personas, la gran mayoría, que se van a enfrentar a esta patología.
Sin embargo, ¿por qué a estas personas se las suele abocar a que actúen cómo si no pasara nada? Una ‘tiranía del positivismo’ que, en el peor de los casos, puede dañar y hacer sentir mucho peor a los pacientes que no son capaces de esconder su angustia, al menos en las primeras fases de la enfermedad.
Aunque en los momentos más iniciales las emociones están más cercanas a la ansiedad, estas también se acompañan de reacciones más relacionadas con la negación (“esto no puede ir conmigo”, “se tienen que haber equivocado”), para pasar después a emociones más encaminadas a la aceptación, a cómo afrontar esta situación. También aparece irritabilidad.
«De hecho, algunos autores han llegado a plantear o a estandarizar las fases por las que pasa una persona ante la percepción de un duelo o la vivencia de una crisis vital importante como puede ser un diagnóstico oncológico: desde la fase de negación, de depresión, la fase ansiosa, de ira… Aunque no todas las personas pasan por ellas, sí es muy frecuente que se den en diferente orden. La irritabilidad es muy frecuente y, en muchas ocasiones, lo que esconde es tristeza, frustración, decepción… y suele aparecer en personas con mayores dificultades para expresar o identificar la emoción”, explica Fátima Castaño, psicooncóloga en el MD Anderson Cancer Center de Madrid.
Del ‘shock’ a la adaptación
Redunda en estas ideas Javier García Campayo, catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Zaragoza, quien señala que en los primeros momentos tras un diagnóstico de cáncer, ocurren las fases descritas clásicamente por Kubler-Ross, aunque pueden no estar todas ni en ese orden.
Es frecuente una fase de ‘shock’ en que la que el individuo esta sobrepasado por la noticia y no procesa cognitivamente la información. Posteriormente, suele aparecer una fase de negación que se caracteriza por la idea de que ‘no es posible que tenga cáncer’, de que ‘tiene que haber un error en el diagnóstico’ y se busca la opinión de otros profesionales; una segunda opinión.
«Cuando la enfermedad se confirma es habitual que surjan sentimientos de culpa: se reinterpreta negativamente nuestra vida y podemos interpretar que el cáncer es un ‘castigo’ por algo malo que hayamos hecho, por lo que, en algunos casos puede aparecer, por ejemplo, una ‘negociación’ con Dios, aunque seamos agnósticos, prometiendo ‘mejorar’ si la enfermedad evoluciona bien. Con el tiempo aparece ya la depresión, la tristeza por la pérdida de la salud, que implica que el duelo se está haciendo. También la ansiedad por la preocupación ante lo que va a ocurrir, quizá la muerte, la pérdida de algún órgano, de calidad de vida o funcionamiento. Por tanto, ansiedad y depresión, junto al insomnio, suelen ser los dos síntomas predominantes en la adaptación a un cáncer«.
El malestar psicológico que supone un diagnóstico oncológico suele aparecer en la totalidad de las personas afectadas -hombres, mujeres, niños, adolescentes, ancianos-, pero, es cierto que en función de las características de cada persona, así como de sus circunstancias personales, familiares o sociales, este malestar puede ser mayor. Lo que parece claro es que cuanto más peso social o más cuestiones dependan del paciente, el impacto psicológico va a ser mayor».
Una pesada carga para el paciente
A pesar de estas claras evidencias, muchos de los pacientes, en el momento del diagnóstico e incluso durante el proceso de la enfermedad tumoral, se enfrentarán no sólo a complejos y duros tratamientos, múltiples pruebas y seguimientos de su evolución; también a un mensaje machacón impostado que promulga que se debe ser optimista en todo momento, como una forma de ‘vencer’ a la enfermedad. Es lo que empieza a conocerse como ‘la tiranía del positivismo’, cargada de innumerables mitos, que los profesionales de la salud mental abordan para que este hecho no se convierta en una carga más para el paciente.
El exceso de exigencia sobre la positividad puede dar lugar a pensar que la tristeza está relacionada con un empeoramiento de la enfermedad
«El exceso de exigencia sobre la positividad puede influir y generar malestar en los pacientes porque pueden llegar a pensar que la tristeza o el miedo, normales por las circunstancias, están relacionados con su enfermedad o un posible empeoramiento o que su positivismo está relacionado con la mejoría médica», sostiene Castaño, quien subraya que el objetivo es la prevención y dotar a los pacientes, y sus familias, de las herramientas necesarias para gestionar de la manera más adecuada el malestar psicológico.
De hecho, en el MD Anderson Cancer Center de Madrid, se está llevando a cabo un proyecto nuevo, un Aula de Pacientes y Familiares, cuyo objetivo es ofrecer formación e información general sobre diferentes aspectos de la enfermedad tumoral que pueden ser dificultosos para unos y otros, «porque, al final el beneficio, es para todos, teniendo en cuenta además que los familiares viven las mismas emociones que los pacientes. Lo único que cambia es el punto de vista».
Intentar estar siempre ‘alegre’, aunque nos hayan dado una mala noticia, como es el diagnóstico de cáncer, no parece, en principio una buena opción o al, menos, no para todos. «Lo humano es que estemos, cuanto menos, abrumados. Después pueden venir emociones positivas, muchas, durante este proceso. Pero, ante todo, recalcar que somos humanos», destaca la psicooncóloga.
Destaca además que existen grandes mitos en cuanto a que la positividad va a repercutir en un mejor pronóstico de la enfermedad. Por ejemplo, algunos pacientes siguen creyendo y, se siguen encontrando en redes artículos muy nefastos en este sentido, que existe una relación entre bajo estado de ánimo y desarrollo de un cáncer. «Hay personas que han experimentado un suceso vital grave -enfermedad o muerte de un familiar directo, una separación, entre otros, y entienden que ellos han tenido cáncer o que su enfermedad ha empeorado por este motivo. Desde luego, no hay ciencia que avale esta asociación».
Esta tiranía del positivismo es uno de los elementos que conduce en muchas ocasiones a los pacientes a consulta: «Explican, en muchos casos, que sienten que no lo están haciendo lo suficientemente bien porque están transmitiendo tristeza a sus familiares, lo que les genera una presión sobreañadida, se sienten culpables y no se permiten transmitir emociones negativas, lo que les dificulta el pedir ayuda y puede conducir a un mayor aislamiento».
Evitar frases hechas, motivacionales y lenguaje bélico
Castaño recomienda también evitar frases hechas y motivacionales como «no te preocupes», «todo irá bien» o «estoy contigo», así como el lenguaje bélico que, según señala, aún se emplea con frecuencia en los medios de comunicación y entre la población en general. «Tenemos que alejarnos del lenguaje de la lucha y la batalla, del perdedor y el ganador, que sitúa a los pacientes en una posición psicológicamente negativa. Seguimos escuchando frases hechas con las que pacientes y familiares se sienten escasamente identificados y no reflejan su realidad»
En cualquier caso, es innegable que una actitud positiva ayuda a afrontar el proceso con mayores recursos, a mejorar la calidad de vida y a prevenir trastornos del estado de ánimo. Y aquí, además del propio carácter de la persona, entra de lleno la prevención de la mano de los profesionales en salud mental. Lo que sí es cierto es que llevar a cabo prevención es muy importante porque el hecho de padecer una depresión, por ejemplo, durante el proceso oncológico, supone una enfermedad añadida que habrá que tratar».
Una actitud positiva sí ayuda a afrontar el proceso con mayores y mejores recursos; es la prevención de la mano de profesionales en salud mental.
Así, cuando estos trastornos emocionales suponen una carga añadida para el paciente, la terapia farmacológica estaría indicada. «Sin duda”, señala García Campayo. «Si la depresión cumple criterios diagnósticos (DSM o similar) es recomendable el uso de antidepresivos. Los serotoninérgicos suelen ser primera elección, porque la mejora de la depresión también favorece una mejor evolución de la enfermedad tumoral en su conjunto. Si hay ansiedad e insomnio, lo que es frecuente, pueden mejorar con el antidepresivo si es de tipo sedante y, si no, puede asociarse alguna benzodiacepina suave».
Según el catedrático de Psiquiatría, la asociación de psicofarmacología es imprescindible si, como hemos dicho, existen síntomas de ansiedad, insomnio y depresión. Pero, sobre todo, la psicoterapia de apoyo es necesaria.
«El paciente va a tener que enfrentar, en el mejor de los casos, la incertidumbre, quizá la pérdida de partes corporales -amputación de pecho, en cáncer de mama, por ejemplo-, la disminución de calidad de vida y funcionalidad, los efectos adversos del tratamiento -pérdida de cabello y de peso son frecuentes, con alteración de la imagen corporal-, así como una baja larga o quizá invalidez, con pérdida del trabajo o modificación de su actividad laboral. Todo ello es un impacto psicológico importante que se beneficiará de una terapia de acompañamiento durante algunos meses».
El papel del psicooncólogo en estos casos es fundamental para prevenir la aparición y mantenimiento de estados de ánimo no beneficiosos como parte fundamental del ‘tratamiento integral’ de todas las personas con cáncer, que no siempre van a presentar problemas de salud mental graves, pero que sí se pueden beneficiarse de este apoyo porque «realizamos asesoramiento, recopilamos información para favorecer las relaciones en el hogar, dotamos de herramientas en prevención de que la situación pueda empeorar, incluso identificando situaciones en las que tengan que pedir ayuda por anticipado», señala Castaño.
Herramientas de prevención
A su juicio, según van avanzando los tratamientos, y si la adaptación psicológica es la idónea, en principio las personas van sintiendo una mayor capacidad de afrontamiento. «Pero, hablar de cáncer es convivir con momentos en los que hay que volver a renovar esa fortaleza y capacidad de afrontamiento. Por ejemplo, momentos en los que tocan revisiones, que se cambia de tratamiento… No es que nos olvidemos de las emociones negativas, pero hay momentos en los que puede ser necesario renovarlas».
En relación con las emociones negativas, de las que Castaño se declara muy ‘fan’ y que transmite a sus pacientes, son necesarias e importantes porque «aprender a vivir con ellas también tienen recobra sentido: el miedo, por ejemplo, es una emoción que surge para protegernos, para estar alerta. En oncología, el miedo bien gestionado nos ayuda a tomar buenas decisiones, a ser prudentes, a no dejar pasar las revisiones, a acudir al médico ante cualquier sospecha, a cumplir con la adherencia al tratamiento. Este es el ‘miedo bueno’. En el caso de la tristeza, hay una parte de ella que a veces necesitamos para aceptar lo que estamos viviendo, ser conscientes de los cambios para reflexionar y seguir realizando adaptaciones. Hay que hacernos amigos de estas emociones porque tienen sentido».
La prevención, que se traduce en acompañamiento y en dotar de herramientas de gestión de las emociones en diversas fases de la enfermedad, es fundamental para conseguir una buena salud general, también mental, que favorezca una adecuada evolución. «Cuando nos encontramos mejor emocionalmente, tendemos a tomar mejores decisiones para nuestra salud. Esto va a influir en el devenir de los acontecimientos: comeremos mejor, haremos más deporte, buscaremos los mejores profesionales y opciones terapéuticas; en definitiva, nos cuidaremos más».
La escucha activa, la pregunta, la presencia y la búsqueda de información son algunas de las principales estrategias para adaptar los recursos a las necesidades de los pacientes, algunos de los cuales pueden encerrarse en sí mismos y en los que es importante respetar su espacio e idiosincrasia: “Hay que buscar otras maneras de comunicarse, no solo es válida la comunicación verbal sino también la no verbal. Mantenerlos informados sobre los posibles recursos, ayudas y necesidades en el proceso de enfermedad será de gran ayuda para ofrecer el mejor acompañamiento».
‘Positivismo’ realmente saludable
La presencia y colaboración activa de todos los especialistas implicados en el abordaje del malestar emocional que implica un cáncer, ayuda a bregar con esta teoría mal entendida del positivismo de la persona con cáncer y ofrecería herramientas para instaurar un ‘positivismo realmente saludable’. «El positivismo no tiene que ser obligatorio. La presencia de psicooncolóngos, por ejemplo, lo que hace es normalizar que el paciente puede precisar ayuda, que le ayudemos a quitarse la careta impostada de que tiene que llevarlo bien. Y no sólo ofrecer herramientas a los pacientes sino también a los familiares, para entender y divulgar sobre la salud mental en oncología».
ATENCIÓN A LA SALUD DE LARGOS SUPERVIVIENTES
Los pacientes que tienen cáncer son especialmente vulnerables a desarrollar paralelamente afectaciones en su salud mental, estrechamente vinculadas con la enfermedad. Marta Aliño Costa, directora del Máster Universitario en Neuropsicología de la Universidad Internacional de Valencia (VIU) explica que los supervivientes de un cáncer presentan no tanto trastornos sino alteraciones del estado de ánimo, como sintomatología ansioso-depresiva, preocupación excesiva -sobre todo por la ocurrencia de una recaída del cáncer-, o afectación de la autoestima, entre otros.
Junto con ello, en un alto porcentaje de estas personas manifiestan haber sufrido durante la propia enfermedad o tras el tratamiento, problemas de rendimiento cognitivo, algunos de forma más sutil que otros. «El impacto de la terapia antitumoral va a depender de la dosis administrada y el tiempo que se esté sujeto a dicha medicación o combinación de fármacos. Recordemos que en muchas ocasiones existe una administración combinada de tratamientos, por lo que ello también puede afectar».
En la esfera física, puede observarse «cansancio, fatiga, pérdida de cabello (no siempre), además de otra sintomatología en función de la localización del tumor y si se está recibiendo también radioterapia combinada o secuencial. Esta última puede generar efectos físicos localizados sobre los que el personal sanitario siempre informa y proporciona las pautas necesarias para abordarlos y minimizarlos. Asimismo, otros aspectos que suelen manifestar los pacientes suele ser la afectación del sueño, apetito, nivel de energía».
Psicológicamente, y como se ha indicado anteriormente, la principal afectación de los supervivientes suele ser sintomatología ansioso-depresiva. Esta afectación no viene derivada, necesariamente, por el tratamiento en sí mismo, sino de forma indirecta. «Esto es, los cambios en la vida de la persona son significativos durante un periodo de tiempo que puede llegar a ser prolongado (existe un cambio en las prioridades, los ritmos de vida, las necesidades, las rutinas, incluso las personas de las que se rodean, entre otros), por lo que a nivel de estado de ánimo puede existir una afectación».
Asimismo, destaca Aliño Acosta destaca que en cuanto se finaliza el tratamiento y se obtiene el alta médica tras la finalización del tratamiento principal y la superación del cáncer, la persona debe regresar a su puesto de trabajo habitual.
«En ese momento, se produce un aumento en la sintomatología ansiosa ante el miedo de no ser capaz de rendir como lo hacía previamente a la enfermedad, lo cual conlleva que en un porcentaje de los casos se produzca una adaptación del puesto de trabajo (temporal o indefinida), un cambio de puesto de trabajo, soliciten la baja médica o, incluso, cesen su actividad laboral tras la enfermedad de forma permanente».
LA PRESENCIA DE LA ‘QUIMIONIEBLA’
La neuropsicóloga también alude a que en los últimos años, ha habido una creciente evidencia en la literatura científica que respalda una mayor incidencia de deterioro cognitivo en supervivientes de cáncer, como resultado de la quimioterapia.
El deterioro cognitivo inducido por la quimioterapia, también denominado ‘quimiocerebro’ (chemobrain en inglés) o ‘quimio-niebla’, se reconoce actualmente como un efecto adverso relativamente común de los agentes quimioterápicos que normalmente se administran para tratar varios tipos de tumores, principalmente de mama, cáncer de pulmón, próstata y ovario.
El efecto chemobrain es definido como el deterioro de la memoria, el aprendizaje, la concentración, el razonamiento, la función ejecutiva, la atención y las habilidades visuoespaciales de los pacientes durante y después de la interrupción de la quimioterapia.
«En la mayoría de los casos tiene una manifestación sutil e induce secuelas transitorias a corto plazo. Sin embargo, varios agentes quimioterápicos administrados como la monoterapia (solamente un fármaco) o en tratamientos combinados (dos o más tratamientos) pueden ejercer, en casos individuales, efectos secundarios cognitivos sostenidos a largo plazo, lo que afecta aún más negativamente la calidad de vida de los pacientes y, posteriormente, en la fase de supervivencia, coincidiendo con el momento de retorno al puesto de trabajo».
Aunque la gran mayoría de los déficits cognitivos parecen resolverse un tiempo después tras finalizar el tratamiento, la neuropsicóloga señala como importante que «se proporcionen y planifiquen programas de rehabilitación más adecuados con el objetivo de acortar el proceso de recuperación cognitiva y, a su vez, implementar distintos tramos de adaptaciones en el puesto de trabajo en función de las secuelas que evidencien o manifiesten los pacientes y supervivientes de un cáncer».
Fuente Diario Médico | Raquel Serrano Madrid